Pescaito Frito

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Suena el despertador en la habitación de mis padres.  Mi madre entra despacito a nuestra habitación y nos comienza a despertar con ese cariño que siempre ha puesto en todo lo que hace.  Una caricia y luego besitos…  Yo era la primera, para eso era la mayor.  Después trataba con mis hermanas, dormíamos en la misma habitación.  Tardábamos, literalmente, medio segundo en espabilarnos, qué nervios, nos vamos para Almería!

Debían ser las 4 de la mañana.  Todavía no sé muy bien el por qué de esos madrugones impresionantes a los que nos sometía mi padre cada vez que hacíamos un viaje, pero nos encantaban! (creo que a mi madre no tanto).

Nos metíamos en el R7 blanco emocionadas.  Una maleta para todos, un neceser y alguna bolsa de naranjas y limones para agasajar a los que nos recibían.  No hacía falta nada más, íbamos a ver a la familia y eso era lo importante.  Allí nos estaban esperando las hermanas de mi abuela, la mamá de la mía: mi “tía” Pepa, y mi “tía” Antonia.  Y es que, en esta familia, tenemos la sana costumbre, que no mejor ni peor, de parir niñas y más niñas, con el permiso de los varones, que también nos gustan, pero nos salen pocos.

Empieza a amanecer y todavía seguimos en el coche.  Parece que la emoción se trunca desesperación, queremos llegar ya.  Siempre terminábamos contando coches y gritando cuando nos cruzábamos con alguna matrícula capicúa, daban buena suerte… o algo así.

Por fin llegamos a la ciudad, qué emoción.  Cuánta gente se ve, cuántos coches, cuánto comercio.  Aparcamos en la misma puerta de la casa, en Puerta Purchena, porque antes uno aparcaba en la puerta de su casa, aun viviendo en el centro, os acordáis?

tacones de mujer esperando
Era una casa con un gran salón, y sus estupendas habitaciones de techos altísimos.  Igual no era todo tan grande, pero yo lo recuerdo así.  Os acordáis de la película “Tacones Lejanos”?  Pues así teníamos algunas de las ventanas.

Tenía un patio donde mi tía Antonia, que era la “apañá” de la familia, tenía la pila para lavar y sus fogones.  Yo me salía con ella y nos dábamos conversación.  Era muy brutota y natural, supongo que por eso me gustaba, no paraba la mujer, con su delantal de cuadros grises y blancos, todo el día faenando.  Y ahora que lo pienso, no la recuerdo sentada!  Luego estaba mi tía Pepa, más refinada y moderna, costurera de profesión, y menuda costurera, con taller y todo, con niñas a su cargo, “las niñas del Taller”, así las llamaban.  Aún ahora, mil años después, siguen estando en contacto con la familia, estas, ahora señoras.  Si es que dejar granitos de amor aquí y allí siempre compensa, muchas veces, hasta vienen a devolvértelo

Y como este pequeño escrito va de remembranzas, tengo una muy especial, que todas mis mujeres almerienses hacían bien de verdad, con permiso de los gaditanos, los sevillanos, los malagueños, los…, como se fríe el pescado en Almería, no se fríe en ningún lado.  Aquí se sabe freír el pescaito frito, sí Señor.

El truco está, primero en la materia prima, y de eso tenemos bueno un rato, un buen aceite de oliva, que deje su sabor, harina y sal.  Y qué hacemos con todo esto, parece fácil, pero hay que tener su gracia.  Limpiaremos de tripas y lavaremos el pescado, lo secamos bien.  Unos minutos antes se le pone sal al pescado.  No demasiada, que de sal, ya van servidos.  Lo embadurnamos de harina ayudándonos de un colador o un tamizador y nos aseguramos de que el aceite esté muy caliente, de lo contrario, lo coceríamos, y no queremos eso.  Lo vamos echando a la sartén, que procuraremos sea algo profunda, de pocos en pocos, para que no pierda temperatura.  Lo sacamos a una fuente con papel absorbente.  Luego se retira el papel y se decora con unas ramitas de perejil y unos buenos trozos de limón.  Hay algunos que lo decoran con hojas de lechuga, aunque tentador, yo no lo recomiendo.  Lo único que conseguimos es enfriar y mojar el pescado en cuestión de segundos.  Si esto lo acompañamos con un buen vino blanco de Laujar, muy, muy frío, terminarás quedando para una próxima vez, muy pronto!

Buen provecho!